Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban
por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos.
Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban
silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo
asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las
llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el
pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Abel contestó:
-¿Tú me has matado o yo te
he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes.
-Ahora sé que en verdad me
has perdonado -dijo Caín-, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de
olvidar.
Abel
dijo despacio:
-Así es. Mientras dura el
remordimiento dura la culpa.
J. L. BORGES, Leyenda, en
Obras completas II, Buenos Aires 1989, 391.